lunes, 18 de marzo de 2013

Cicatrices.

Como cada año, a principios del verano, Emmett y yo nos encontrábamos en nuestra “Semana de Testosterona” como él la bautizó desde que lo propuso por primera vez. Este año estábamos recorriendo Vietnam en moto, la idea original era ir a Turquía para conocer la Capadocia siguiendo el itinerario de la antigua Ruta de la Seda, y a pesar de que estos viajes con él siempre me han servido para desconectar del estrés y la rutina, en esta ocasión estaba decidido a posponerlo a toda costa por una cantidad ingente de motivos: el principal era que no quería venir, me daba pereza pensar en separarme de Isabella aunque fuese solamente por unos días, y mucho menos para hacer un viaje con un amigo cuando a ella todavía no la había llevado de viaje de novios.

Tenía que reconocer que no me atrevía a sacarla de un entorno completamente controlado porque el temor a que Aro intentase algo contra ella, desesperado como estaba, me tenía sujeto por las pelotas y el miedo crecía con cada día que yo tenía tiempo de pensar en hipotéticos escenarios. Desde el primer año en aquel orfanato no había vuelto a sentirlo tan violentamente; en aquella ocasión mis miedos infantiles se centraban en el incierto futuro al que me enfrentaba unido al dolor de la muerte de mis padres, ahora temía volver a perder a Isabella, esta vez de forma definitiva. Incluso podía notar un amargo sabor en la punta de la lengua a completa devastación, a fracaso y tener que enfrentar la vida desde cero, devastado y sin fuerzas. No estaba acostumbrado a sentirme así y no lo llevaba nada bien, ni siquiera con fingida elegancia.

Que le hubiésemos perdido el rastro a Jane y su ausencia de noticias tampoco contribuía a tranquilizarme.

Pero de alguna forma el instinto de caza conjuró el miedo y supe lo que debía hacer en el mismo momento en que Kate y Seth consiguieron la pista sobre un hombre con las características de Aro y una herida en la misma rodilla, que fue atendido en un pequeño hospital de la costa de Vietnam, cerca de Hanoi, cuyos responsables informaron a las autoridades que encontraron una cama vacía cuando acudieron para preguntarle por las circunstancias que rodeaban su herida. El tiempo transcurrido y la zona horaria, la descripción… todo encajaba. Debía comprobarlo por mí mismo.

Tenía al alcance de mi mano la oportunidad y la coartada perfecta si resultaba ser cierta la información. El cambio de destino con Emmett se saldó con un encogimiento de hombros por su parte y un “donde prefieras con tal de ir, hay que mantener las tradiciones”. 



-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-Me alegro por ti, pero yo en tu lugar estaría atento, no sea que un día emprenda el viaje hasta el Monte del Destino a través de Mordor para deshacerse de él. Hay que llamar a las cosas por su nombre, de lo contrario corres el riesgo de darte cuenta que tu corazón está en su vagina, y en el lugar del corazón tienes la polla. – Solté la botella de cerveza y busqué mi cazadora, del bolsillo interior saqué la petaca con el Balvenie de cuarenta años que guardaba para las emergencias. Y esta conversación se estaba convirtiendo en una.

-Venga ya, Edward…

El fuego en mi garganta me hizo sonreírle a mi amigo que me miraba encantado de empezar una guerra dialéctica. 

-El corazón en el pecho, la polla entre las piernas, el cerebro en la cabeza y el anillo en el dedo. – Me sonreía descarado con su cerveza en la mano cuando el móvil vibró con un mensaje nuevo en el bolsillo de mi pantalón. K. Marshall. – Disculpa, tengo que atender este mensaje.

-Eres demasiado estricto. Y la última vez que lo comprobé Mordor seguía sin existir de verdad. – Su réplica me llegó cuando ya estaba fuera, en la pequeña terraza de madera sobre la arena de la playa leyendo el mensaje con el corazón latiendo con violencia.

Jane se había puesto en contacto. Por fin parecía que se había decidido por un bando. Había enviado unas coordenadas, nada más. Kate adjuntaba un mapa donde las coordenadas señalaban un diminuto islote en medio de la zona de las Spraty Islands, un grupo de micro islas en disputa al sur del Mar de China. Pedazo de cabrón… Menudo sitio para esconderse. Resultaba un buen lugar para desaparecer y evitar una posible extradición ya que son islas pequeñas, muy cerca unas de otras y en disputa entre cinco países; saltar de isla en isla equivale a cambiar de país y los trámites para una supuesta extradición tienen que volver a empezar, sin olvidar que cualquier incidente desataría graves conflictos diplomáticos. Era como esconderse en un polvorín, con sus ventajas y sus inconvenientes. Muy típico de Aro.

Pulsé la tecla directa con el número de Kate. La adrenalina corría salvaje ante la perspectiva de atraparlo. Lo tenía muy cerca, gracias a la pista del médico le estaba pisando los talones. Miré en todas direcciones, estaba solo. La televisión sonaba dentro de la cabaña de Emmett.

-Buenas noches, Edward, lamento interrumpir tus vacaciones, pero supuse que querrías saberlo inmediatamente. 

-Kate, ¿crees que se trate de una trampa? – Mantuve el tono de voz contenido, al igual que todo mi cuerpo.

-Estamos razonablemente seguros de que es una información veraz. Se trata de un pequeño islote de las Islas Spraty, según las imágenes del satélite se detecta un discreto aumento de la actividad en él desde la fecha inmediatamente posterior al ataque que sufristeis Call y tú. Tiene tres edificaciones pequeñas en no demasiado buen estado, una lancha techada amarrada a un embarcadero y otra neumática que aparece y desaparece. Suponemos que la utilizan para suministros o algo similar. El resto es vegetación propia de la zona y un claro de forma circular con lo que apostaría es una red de camuflaje.

Cerré el puño de la mano izquierda con fuerza, sopesando mis oportunidades, midiendo las posibles consecuencias, mis impulsos, mis deseos, lo que dictaba la razón y el egoísmo… Deseé poder desentenderme del asunto, mirar hacia otro lado y dejar que la policía se encargase. Pero no pude, todo en mí se rebelaba contra esa opción. Había sufrido en carne propia las consecuencias de demasiada gente que miró hacia otro lado suponiendo que las autoridades harían su trabajo; gracias a actitudes como esa Aro había llegado tan lejos y tantos inocentes habían sufrido, incluso muerto. Call vino a mi mente y la forma en la que tosía sangre con la cara crispada por el dolor.

-Voy a ir.


-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

No tenía tiempo que perder, y sí muchos asuntos que resolver para poder llegar a ese islote.

Cuando entré en la cabaña de Emmett para decirle que había habido un cambio de planes, y que la pista que habíamos ido a comprobar había dado un giro inesperado por lo que teníamos que suspender el viaje, lo tuve en pie y listo para acompañarme antes de que tuviese ocasión de pensarlo, ni de conocer los mínimos detalles elementales. Era un amigo de los que hay pocos.

-Ni hablar, esto no es igual que me acompañases a darle un par de puñetazos a un imbécil por si su amigo se ponía nervioso. Esto es más serio.

Me siguió hasta mi cabaña refunfuñando detrás de mí, alegando razones que ni me molesté en escuchar porque de ninguna manera iba a acompañarme como si fuésemos de excursión, eso era algo que tenía que hacer solo, y aunque no era posible discutir que sus dimensiones y sus habilidades con los puños serían muy apreciadas llegado el momento, ya había perdido a Call y ni volviéndome loco permitiría que se involucrase en mi cruzada. Él tenía una vida normal, y a esa rubia gritona que lo volvía loco, no necesitaba más alicientes.

Así que recogiendo mi mochila para salir por la puerta se lo agradecí, pero insistí en que tenía que quedarse en el hotel hasta que volviese para proporcionarme una coartada sólida durante veinticuatro horas. Darle un papel aunque fuese pequeño en la función pareció calmarlo, a fin de cuentas él no conocía en profundidad las dimensiones de lo que yo tenía que enfrentar y solo pensaba que iba a perderse la diversión, no a jugarse la piel. A pesar de todo, me acompañó en moto hasta el muelle de Hanoi, allí mientras yo alquilaba una lancha Day Cruiser para recorrer las cuatrocientas millas náuticas que me separaban del final de mi pesadilla, él hacía lo mismo con una furgoneta para llevar las motos de vuelta y dejarlas en un lugar bien visible.


Nos despedimos con un “cuídate” seco, de esos sin ceremonias más que un abrazo corto con palmada en la espalda incluida. Llevaba suficiente dinero, agua, café, comida, una camiseta de repuesto y la pistola que Kate me había dado por simple precaución para el viaje. Le mandé un mensaje para que empezase a cronometrar mis diez horas de travesía mientras Emmett se quedaba en el muelle mal iluminado, cruzado de brazos y frustrado al ver cómo me alejaba a toda potencia.

Tenía por delante diez largas horas para pensar en todo lo que estaba arriesgando, convenciéndome una y otra vez que valía la pena. Que era lo que debía hacer.

Diez horas resultaron ser muchas y muy largas. Navegué a ciegas, solamente guiado por los instrumentos de la lancha fueraborda, y por la luz de la luna que recortaba islotes a contraluz. En mi mente había comenzado una batalla que logré acallar a duras penas a medida que el día rompía por el este. Para cuando estuve tan cerca del islote que podía ver con mis propios ojos la silueta de las palmeras, había conseguido hacer el proceso mental de involución necesario para guardar a Isabella en lo más profundo de mi corazón, donde nadie pudiese alcanzarla, junto a mis padres, e impedir así que ocupasen mi cabeza. La necesitaría despejada si quería cumplir mi promesa.

Ya no era un hombre enamorado con un futuro por delante, ni un hijo que quiere ver el orgullo en los ojos de sus padres.

Era solamente un luchador.


-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Evité el claro que se abría ante mí y camuflándome entre la maleza, continué por una senda paralela al camino de tierra que llevaba hasta el centro, donde podía ver los tejados de dos de las tres edificaciones. Según el informe era la casa principal y otra más pequeña, la tercera sería una especie de barracón alejado unos diez metros. 

A mis oídos llegó una algarabía demasiado bien conocida como para malinterpretarla, que me hizo hervir la sangre.

Un vigilante nativo con un fusil colgando descuidadamente del hombro me daba la espalda mirando hacia el barracón, se secaba el sudor del cuello con el mismo pañuelo sucio con el que espantaba las moscas a su alrededor. Me acerqué despacio y cuando la culata de la pistola impactó contra su cabeza, ese fulano se desplomó sin saber qué le había golpeado. Lo até al tronco más cercano con su propio cinturón y lo amordacé con el pañuelo empapado sin sentir ni un ápice de remordimiento.

Comprobé el fusil y sonreí cuando vi que no tenía munición. 

-Bonito bolso. – Le dije al tipo atado al árbol. Lo desmonté y tiré todas las piezas menos una.

Ante mí, un grupo de seis niños también nativos de la zona, no mayores de diez años entrenaban las mismas técnicas de lucha que tan claramente acudieron a mi mente. El séptimo era algo mayor y parecía el cabecilla del grupo, permanecía observándolos desde cierta distancia. Una escena familiar hasta el punto de resultar espeluznante, solo que éstos luchaban en una especie de foso de unos cinco metros de profundidad del que solamente podían salir cuando alguien, supuse que el vigilante al que acababa de dejar fuera de combate, les lanzaba una rudimentaria escalera de cuerda que había enrollada de cualquier forma junto a mis pies.

Luchaban con un mezcla de Pradel Serey y otras técnicas, pero desprovistas de cualquier norma, ceremonia y rituales que no fuesen la brutalidad en sí y la sed de victoria.

No lo dudé y le di una patada a la escalera para que cayese. Cuando el cabecilla la vio, alzó la vista y sospechó inmediatamente de mí.

-Subid. – Dije en tono imperativo. – El entrenamiento ha terminado por hoy, El Maestro tiene planes para vosotros. 




-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-¿Por qué me cuentas eso después de que arrojases a Isabella de un coche en marcha? ¡Atada! ¡Amordazada! ¡Con un cisne de papel hecho con un billete de cinco dólares, ahogándola! Traicionaste a mi padre, me traicionaste a mí. ¿Por qué habría de importarme lo que le suceda? – Yo rugía temblando de ira, él negaba con la cabeza mirándome directamente a los ojos.

-Lo sabes… sabes cómo son estos asuntos… Una misión… Luego… Él la tenía. Vosotros… los Cullen… he pasado muchos años observándoos… Shannon… estará mejor con vosotros… que abandonada… a… a su suerte. No pude evitar que la atrapase. – Gimió desesperado. – Búscala y sácala de allí… pero recuerda que ella es inocente, solo cometió el error de… amar a un hombre como yo. Jamás le ha hecho daño a nadie… Sabes que podría arrastrarte conmigo en la caída... – Instintivamente miré mis pies que seguían firmemente apoyados contra los restos de la madera de la barandilla y calculé que tenía razón, si se lo proponía me arrastraría con él. – Prométeme que si sales con vida la buscarás. – Aquello no lo esperaba. Sus palabras me abrumaron mucho más violentamente que lo que estaba preparado para soportar, de pronto había demasiadas similitudes con Isabella como para que no me afectasen, y aquella sensación no me gustó en absoluto.

Mi silencio le hizo sonreír.

-Tengo tu palabra Cullen. Estoy dispuesto a pagar el precio. – En ese momento soltó su agarre y se dejó caer al vacío con un sonido seco y ni un solo gemido. Cuando me asomé, lo vi muerto en el suelo con el cuello en una posición completamente incompatible con la vida.

Me llevó unos instantes recuperarme del espanto de ver un reflejo de nuestra situación y de mis miedos hechos realidad en la historia de Félix; no éramos tan diferentes después de todo, yo también estaba dispuesto a cometer cualquier locura por la mujer que amaba. Escupí la sangre de mi boca y me concentré en volver a tener la cabeza fría. Comprobé mi herida cuando me puse en pie. No tenía demasiado mal aspecto teniendo en cuenta el tratamiento que le había dado ese hijo de puta.

Los rotores de un helicóptero comenzaron a sonar despacio, calentando motores en la parte trasera de la casa. Para eso era el claro que Kate pensaba que tenía una red de camuflaje. Fui a su encuentro. En el camino recogí la navaja con la que Félix me había herido y la guardé en mi bolsillo. Busqué en el suelo del salón y recogí mi arma de debajo de la mesa de donde había desaparecido el portátil. Comprobé la munición guiándome por el sonido cada vez más fuerte y rápido de los rotores hasta que se convirtió en un zumbido constante cuando me alejé de la casa en llamas.

El helicóptero se había elevado apenas un par de metros. Disparé al rotor de cola. Una, dos, tres veces, hasta que perdió la estabilidad, giró violentamente y cayó al suelo con bastante estruendo, pero sin estallar en mil pedazos. Me sentí decepcionado.

No, claro, por supuesto que no sería tan sencillo.

De entre el armazón humeante casi entero, salió reptando esa alimaña. Magullado, sucio y despeinado, con la pierna herida a rastras y el orgullo seriamente dañado, pero más lúcido y sin rastro del portátil, seguramente lo había dejado dentro del helicóptero.

Ninguno de los dos estábamos en condiciones de luchar, sabía que no se arriesgaría a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo conmigo. Y maldita sea, yo necesitaba recuperarme, era en ese momento cuando la herida mordía con saña y apenas podía levantar el brazo. Sin olvidar que necesitaba oír un par de respuestas por su parte.

-Un verdadero luchador como tú jamás debería empuñar una pistola, solo sus puños y su instinto. El arma te degrada, te rebaja al nivel de los demás. – Llegó hasta el tronco de una palmera y me sostuvo la mirada mientras recuperaba el aliento. Eran palabras amargas que no coincidían con el gesto displicente de su mano, como quitándole importancia al asunto. Casi me hizo sonreír.

-Sin embargo, reconocerás que proporciona ciertas ventajas. 



-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-Adiós, Edward Masen.

La pistola apareció tan rápidamente en la mano derecha, que apenas tuve tiempo para apartarme de lo que calculé sería la trayectoria de la bala, a pesar de estar esperando ese movimiento. El disparo de Aro silbó cerca e impactó en el poste metálico de una antena que había detrás de mí produciendo un sonido metálico, al caer pude ver que saltaban chispas del cableado de la antena. Me giré rápidamente y apreté el gatillo hiriéndolo en el hombro derecho.

Aro comenzó a reír enloquecido, se cambió el arma de mano y lentamente apuntó hacia el helicóptero del que salía el combustible a un ritmo constante. Supe lo que iba a hacer sin lugar a dudas: morir matando. Salté y me tiré de cabeza tras un muro bajo que acotaba un pequeño jardín con flores y contuve la respiración protegiéndome la cabeza cuando el calor de la explosión me envolvió.

Cuando el aire volvió a soplar fresco y el rugido de las llamas era lo único que podía escuchar, aparte de un molesto zumbido en mis oídos, alcé la cabeza para ver cómo el cuerpo de Aro ardía consumido por las llamas unos metros más allá del lugar en el que estaba.

Muerto. Como cualquier hombre.

Me escocían los ojos, no podía respirar bien, y un dolor brutal me tenía el brazo casi inmovilizado. Me dejé caer de espaldas en el suelo y grité. Grité hasta que me quedé sin aire y me dolió la garganta.

No sabía cómo debería sentirme.

Cuando abrí los ojos de nuevo llovían fragmentos de billetes. Euros, Dólares, Libras, Yenes… Las edificaciones que ya ardían comenzaron a hacerlo más violentamente alimentadas por la lluvia de combustible, tenía que salir de allí y llevarme a aquel tipo del árbol antes de que ardiese junto a todo el islote y yo añadiese un nuevo peso a mi conciencia después de haber hecho extraños equilibrios con ella y esquivar tres disparos.

Me levanté con verdadero esfuerzo.

Curiosamente en vez de tener una lógica sensación de alivio, notaba un extraño vacío, podía paladear la destrucción alrededor. La respiraba, la notaba pegada a la piel, sangrando en mis heridas. Veía de nuevo el horror en los ojos de Jane al verme, el miedo ante la situación que vivía, el de Félix al recibir la herida y su petición desesperada, la risa de Aro cuando disparó al helicóptero para morir matando. Los ojos grandes de los niños mirándome con miedo y admiración mezclados...

Necesitaba salir de allí, sentía que me ahogaban los recuerdos, las imágenes de todo lo vivido a lo largo de mi vida. Necesitaba refugiarme en Isabella y dormir a su lado, recompensarla por todo lo que ha tenido que sufrir ella también por haberse enamorado de un hombre como yo; de un hombre como nosotros. Necesitaba besarla y respirar su aliento, sentir su calor, que el sonido de su risa y el roce de sus manos borrase tanto dolor acumulado durante tantos años.

Emprendí el camino de regreso a la playa cojeando. Cuando llegué hasta el árbol no había ni rastro del tipo de seguridad, supuse que había logrado desatarse y huir cuando las cosas se pusieron feas, o quizás fuese cosa de los chicos, así que de nuevo tomé precauciones y permanecí alerta por si aparecía.

Las heridas me dolían cada vez más, pero confiaba en llegar a una isla cercana que tenía una base militar y allí pudiesen atenderme, pero entonces habría preguntas y no hay que ser muy listo para relacionar una isla ardiendo con un tipo herido, sucio y apestando a humo. Se descubriría que había estado aquí y la coartada que me ofrecía Emmett sería inútil; la otra opción era confiar en mis fuerzas, hacerme una cura de urgencia con el pequeño botiquín de la lancha y tratar de regresar a Vietnam yo solo. Diez horas de viaje herido y agotado física y mentalmente.

Cuando giré hacia el embarcadero, no pude creer lo que vi. Kate estaba esperándome, desde lejos se notaba su impaciencia, cuando me vio sonrió satisfecha, junto a ella estaban Quill, Paul, Collin y Brady de mi equipo de seguridad y el nativo retenido y con cara de querer estar en cualquier otra parte, menos allí. Un miedo extraño prendió en mi pecho. ¿Qué significaba todo esto?

-La densidad de población de este islote es alarmantemente alta para lo pequeño que es. No te esperaba aquí, Kate. ¿Dónde está Isabella?

-Seguro que no lo esperabas. Razonablemente entero por lo que veo. ¿Esas heridas son graves? – Ignoró mi última pregunta a propósito, por alguna razón eso me tranquilizó. Abrí la camiseta por donde estaba el corte y el desgarrón que yo mismo le di y le eché un nuevo vistazo. Podía ser mucho peor.

-No, la navaja era pequeña.

-Me alegro mucho. ¿Has terminado, podemos irnos ya?

-Sí. Dime que no has dejado sin protección a Isabella para venir a mi fiesta sin invitación. – Insistí impaciente subiendo a mi lancha con Kate y Quill, mientras que los otros tomaron la que estaba allí con el tipo nativo.

-Quítate la camiseta, voy a echarle un vistazo a ese corte. – Sacó el pequeño botiquín de primeros auxilios y tras echarle un vistazo rápido, empezó a limpiar la herida con gasas. Le detuve la mano y la miré con dureza esperando una respuesta. – Vas a pasar un mal rato intentando buscar un fallo que reprocharme. Mira al cielo. – Hice lo que me dijo intrigado, vi algunas nubes altas, el intenso azul y la silueta de un avión que parecía descender. – Por el satélite supimos que no había armamento pesado, así que todo este tiempo ha estado donde no pueden alcanzarla ni localizarla, en el aire, a bordo del avión listo para volver a aterrizar y recogernos en la isla Thitu-Pagasa, o para llevársela lejos rápidamente con Sam para protegerla. 
 


-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Unas imágenes acompañadas de una promesa volvieron a mi mente. Me detuve en seco frente a la puerta de nuestra habitación.

-Shannon. Era la esposa de Félix, según él está en el epicentro del mundo financiero junto a un hombre de edad por una jugada de Aro. Busca las conexiones y sácala de donde sea que esté metida. – Kate asintió frunciendo los labios.

-Hablaré con tu padre para que le encuentre un lugar en la isla.

-No. Hazlo a través de la fundación, para eso la creamos. Si la llevamos a la isla indirectamente me vería relacionado con los Vulturi de nuevo y alguien podría hacerse preguntas, recuerda que acabo de tener un accidente mientras recorría el país en moto junto a Emmett relativamente próximo a ese islote. Y quizás ella tenga ideas propias. No quiero que esté cerca de mi familia, solo por si acaso.

Abrí la puerta de nuestra habitación y urgí a Isabella para que entrase. Cuando cerré por fin a solas con ella, tiré de su mano y la envolví entre mis brazos. La besé despacio, envueltos en la penumbra que nos rodeaba. Como un ladrón que roba no un beso, sino aliento para seguir viviendo. 

Mientras besaba desesperado esa boca suave y dulce, pensaba con amargura que las palabras de Aro me habían calado más hondo de lo que me hubiese gustado. ¿Y si todo lo vivido había sido demasiado? ¿Qué haría si me rechazase porque mi naturaleza se interponía constantemente entre nosotros? ¿Qué hacía una mujer como ella con un hombre como yo?

Sus labios correspondían ávidos a mi beso, pero seguía sin saber qué pensaba, si seguía asustada, si mis manos y mi cara con nuevas heridas le producían rechazo. “Sé que te permite follarla con esos dedos llenos de cicatrices, ¿también lo hará si están manchados de sangre?”

Ni siquiera me había hecho ni una sola pregunta. Y a pesar de ese silencio me miraba con tal intensidad que me haría estallar en mil pedazos de ansiedad.

Me sentí insoportablemente sucio.

-Necesito una ducha. – Dije a pesar de que mis labios se sentían reticentes a dejar los suyos.

-¿No te apetece más relajarte en la cama mientras esperamos tu cena? – Me alejé de ella y encendí las luces. Necesitaba esa ducha y unos instantes a solas. Ni siquiera tenía claro cómo me sentía, y no quería tomarla con ese hijo de puta rondando por mi cabeza, tiñéndolo todo de ese aire despreciable y corrupto que era su impronta.

-No voy a meterme en la cama contigo estando sucio y oliendo a humo y sangre. No tardaré.

Estar a solas y poner en orden mis pensamientos se convirtió en una prioridad. Al mirarme en el espejo tuve la sensación de entrar en algún bar donde hacía tiempo que no iba, y al hacerlo, vi allí sentados en los mismos lugares a los mismos tipos desagradables de siempre. Los mismos golpes en los mismos sitios: pómulos, cejas y mandíbula, alguno en los labios no demasiado grave; me quité la camisa apretando los dientes por culpa de los puntos y miré con atención el resto del torso: costillas, por supuesto, antebrazos y cómo no, los nudillos destrozados. También comprobé que tenía algún que otro golpe en las piernas cuando me quité los pantalones, el que más dolía en el muslo, nada serio para haber sobrevivido donde otros no lo consiguieron.

Me quité con cuidado el vendaje para ver una costura negra y recta, rápida, que nacía en el hombro y continuaba hasta el corazón; a pesar de la tentadora propuesta de Isabella me metí en la ducha. Una vez dentro, con el agua tan caliente que hacía escocer cada una de mis heridas y el jabón lavando los restos del combate, logré sentirme algo mejor. 



-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Todos los que alguna vez fuimos tocados por la mano de Aro estábamos marcados de por vida, pero sobrevivir a su despreciable mundo era mi venganza, un supremo acto de rebeldía, y luchar por tener una vida plena y feliz, la rúbrica con letras de oro de esa venganza. Ese motivo sería el único por el que volvería a luchar de ahora en adelante.

Cerré los puños y los apreté contra el mármol que recubría la pared, el frío de la piedra aliviaba el dolor.

A pesar de haber obtenido mi venganza y la garantía de que al menos él, no volvería a entrometerse en mi vida,  ni amenazaría la seguridad de Isabella, sentía rabia y cansancio espesando mi sangre. Me sucedía lo mismo que cuando supe que no había sido yo quien había matado a Alec, a pesar del alivio, seguía sintiendo el mismo peso sobre los hombros.

Un hormigueo en la nuca me hizo levantar la vista del suelo y allí estaba ella: abrazándose a sí misma, silenciosa, toda ojos, con la camisa cubriendo su cuerpo y unas pequeñas braguitas negras. Hermosa hasta el punto de dejarme sin aliento.

Como la vez anterior que me vio peleando contra James, se encontraba sin saber qué podía esperar de mí en esa situación, pero al menos no me sentía frustrado de que ella fuese testigo de mis debilidades y mi brutalidad, y sobre todo porque no había aparecido en plena pelea sin saber cómo; no sentía rabia, lo único que me preocupaba era ella. Tenía que hablarle, se lo debía después de todo por lo que había tenido que pasar por culpa de mi hermetismo y por la obsesión de Aro.

Cerré los grifos y me giré dispuesto a no guardarme nada, pero decidido a elegir con cuidado las palabras porque tampoco quería soltarle a bocajarro todo lo que tenía en la cabeza y descargar mi peso sobre ella.

-Ahora que todo ha acabado, que el origen del miedo ha muerto… me siento extraño. ¿Qué hombre seré a partir de ahora, Isabella? – La asombrosa mujer ante mí sonrió con esa mezcla tímida y reflexiva que la hacía tan especial y te dejaba pensando que jamás llegarías a conocerla del todo, cogió una toalla y se acercó hasta mí.

-El que siempre has sido. – Comenzó a decir mientras secaba con delicadeza cada una de mis heridas. – Los hombres como tú no cambiáis jamás. Siempre estará latente esa sombra del luchador en tu mirada que aparecerá por sorpresa, sometiendo a un riguroso escrutinio a las personas, las calles, los restaurantes… en busca de claves que disparen las alarmas. – Dejó un suave beso sobre mi piel húmeda, cerca de donde comenzaba el corte del pecho, levantó la vista y me sonrió de nuevo. – Pero sobre todo, siempre has sido, y siempre serás mi Puto Amo.


-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-Así, acércate más. Más. Eso es. – Despacio comenzó a marcar el ritmo, aunque no le di completa libertad y acompañaba sus movimientos con el brazo sano. Esa postura tenía la ventaja de permitirme besarle los labios, el cuello y todo lo que me quedaba al alcance de la boca. Le acariciaba el pecho jugando con el pezón en mi mano izquierda, mientras que con la derecha me aferraba a sus nalgas manteniéndola pegada a mí, asegurándome de que en su mente no había más espacio que para sentir el placer que le estaba dando. 

En un descuido sus ojos me atraparon y me perdí irremediablemente en ellos. Era la mujer más hermosa, la más fuerte.
Gemí sintiéndome profundamente dentro de ella, de toda ella, no solo de su vientre, y me dejé caer en la cama, rendido de placer, notando cada uno de mis golpes, notando cada contracción de su vagina, cada latido de mi corazón. Resignado a dejarla hacer de mí lo que quisiese. 
Y lo que quiso fue seguir ondulando sus caderas conmigo dentro, como si bailase alrededor de mi polla.


La cadena con la llave lanzaba destellos entre sus pechos con cada movimiento. Con el pulgar le separé los labios y busqué el clítoris, tracé círculos sobre él destinados a hacerla enloquecer, subí la otra mano por su vientre hasta el centro de sus pechos donde cerré el puño alrededor de la llave, al hacerlo, su vientre se contrajo violentamente a mi alrededor, sus movimientos se hicieron más intensos y cadenciosos al mismo tiempo, como si siguiese una melodía propia. Dejó caer la cabeza hacia atrás con los ojos entrecerrados y los labios separados, gimiendo perdida en el placer, acariciándose los pechos para mí. En ocasiones me miraba llena de deseo, sintiéndose arrastrada por la urgencia que marcaban mis caderas saliendo al encuentro de las suyas. Yo notaba la tensión incrementándose en mi vientre, y la ignoraba reprimiendo la urgencia de tomar el mando de nuevo y acelerar el ritmo. Teníamos un pacto tácito, y cuando yo regresaba a casa después de un combate, ella cuidaba de mí marcando su propio ritmo contrayendo su vientre a voluntad tal y como aprendió a hacerlo para complacerme, en las preguntas que me hacía para saber más, en sus reacciones ante la visión de cada golpe, ante cada respuesta por mi parte. 
En esos enormes gestos consistía su forma de cuidarme, sabía que para mí el placer que me estaba dando era una necesidad, una forma de reafirmarme y al mismo tiempo dejarla entrar en mi corazón. Conocía mis grietas y por ellas se colaba. Sellándolas como si fuese oro.
Lo que no significaba que yo tuviese que renunciar a mi naturaleza, así que tiré de la cadena y la obligué a inclinarse hacia delante para que pudiese besarla. Ya había caído en mi trampa, era mía por completo. Le rodeé la cintura y comencé a moverme con fiereza entrando y saliendo de ella. Jadeaba enloquecida en mi boca mientras notaba como los primeros síntomas de su orgasmo la dejaban totalmente entregada en mis manos. Le temblaban los muslos, esos jadeos se convirtieron en pequeños gritos y gemidos de sexo desvergonzado, su vientre se contraía con espasmos violentos empujándome inexorablemente hacia mi propia liberación que luchaba por contener solo por prolongar el espectáculo que suponía ser testigo de su placer.
-¡Dámelo! Así, muy bien, preciosa. Sigue. Sigue.



-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Abrí y cerré la mano izquierda en un movimiento instintivo, volvía a sentir ese desagradable hormigueo en las viejas heridas. Mantuve la calma consciente de que el olor a humo y la sangre solamente estaban en mi cabeza, en mis recuerdos, a pesar de eso, hundí mi nariz en su cuello y aspiré profundamente. 

Isabella era mi realidad y mi futuro.

Un futuro en el que mi pasado se entretejió con su pelo y se enredó entre sus piernas y su sexo, como una nube negra entristeció su mirada y la llenó de lágrimas en muchas más ocasiones de las que me hubiese gustado. Y sin embargo aquí estaba junto a mí. Libre en sus elecciones, orgullosa en sus decisiones y fuerte, más de lo que imaginé la primera vez que la vi de verdad, sin maquillaje ni luces brillantes, con aquel vestido de verano que parecía una simple camisa que terminó empapado, y ella desnuda en la cama, con el pelo mojado aferrando una sábana en torno a su cuerpo, negándome lo que tanto deseaba. Fue la primera vez que la vi herida e indefensa, y todavía no había conseguido olvidar la sensación de pánico al verla inerte flotando en el mar.

En esta ocasión fui yo quien sintió el impulso de cubrirla con la sábana para que la madrugada no le diese frío. Lentamente el cielo se aclaraba y yo me encontré casi conteniendo el aliento mientras observaba cómo las sombras se desvanecían en su rostro.

Al final resultó ser completamente cierto que estaba dispuesto a matar y a morir por ella.

Despacio para no despertarla salí de la cama, me alejé hasta el salón de la suite y cogí el teléfono. Le eché un vistazo a la carta del servicio de habitaciones sintiendo por primera vez rugir el hambre y encargué el desayuno.

Volví a la habitación para ponerme los pantalones, me miré al espejo del baño y decidí que no tenía tan mal aspecto como cabía esperar después de haberme enfrentado a Félix, hasta que recordé que el muy cabrón se había concentrado en el corte de la navaja en vez de en mi cara. La descubrí y curé sin dedicarle un segundo pensamiento al comprobar que estaba cicatrizando bien.

Al volver a levantar la vista la imagen que me devolvió el espejo fue el rostro de mi padre. No el de Carlisle, ni por supuesto el de Aro, sino el de mi verdadero padre: Edward Masen. Asentí sintiéndome en paz conmigo mismo por primera vez en mi vida desde que ellos murieron, y regresé al dormitorio.

Isabella seguía profundamente dormida, se había dejado el colgante puesto que descansaba sobre uno de sus pechos y la cadena le rozaba el pezón, extendí la mano hacia ella con intención de acariciarla, entonces un toque discreto en la puerta anunció que el desayuno ya había llegado. No lo dejé pasar de la puerta y el camarero al ver mi aspecto tampoco insistió demasiado en terminar de hacer su trabajo. Empujé la mesa con ruedas hasta el lado de la cama y me serví café procurando no hacer ruido. Isabella de había girado y continuaba durmiendo. Tranquilamente me senté en el sillón a los pies de la cama decidido a dejar las manos quietas y esperar a que despertase, disfrutando del café y de las vistas que me ofrecían sus curvas con la sábana arremolinada en torno a ellas, pensando que quizás fuese eso lo que ve un hombre libre cuando levanta la cabeza de su objetivo inmediato y se atreve a mirar al futuro. La mujer amada descansando tranquila y el desayuno esperándola. 

Había pedido café, leche, frutas, zumos, crêpes con fresas, tostadas pequeñas con queso fresco, arándanos rojos y pashmak de rosas pensando en que seguramente no lo había probado y le gustaría. Y un ramo de lilliums blancos y rosas.

Cuando el sol ya había terminado de salir, la impaciencia me pudo y cogí una de las flores, me arrodillé junto a la cama y lentamente comencé a acariciarle el hombro y el costado con los pétalos. Suspiró y se acomodó. Me hizo sonreír con su gesto perezoso.

-Siempre he sido recto como la trayectoria de una bala, – comencé a susurrar cerca de su oído – inamovible, hasta que apareciste bailando en mi vida e irremediablemente me perdí en tus curvas. En tus caderas, en tus pechos, tu vientre... – Sonrió aún con los ojos cerrados cuando la flor recorrió los mismos lugares de su cuerpo que yo estaba nombrando. – En la curva de tus labios cuando sonríes y la de tus pestañas cuando mirándome, las cierras despacio y me haces contener el aliento hasta que vuelvo a ver esos ojos líquidos de caramelo y oro fundidos. Cuando salí de tus curvas por primera vez, ya no pude volver a ser el mismo que era. Por suerte para mí. Buenos días, preciosa. – Cuando la besé en los labios abrió los ojos despacio y alargó la mano hasta que me acarició el mentón sin afeitar. 

-Buenos días. No ha sido un sueño, estás conmigo.




-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

11 comentarios:

  1. quiero llorar, ya se acabooooo, gracias por todo Esther, ha sido un viaje fascinante

    ResponderEliminar
  2. nunca he comentado porque siempre estoy en retraso, pero ahora tengo que hacerlo; gracias, llegue tarde pero me encanto, es una historia magnifica

    ResponderEliminar
  3. Por dios!!...como en un relato puedes contar tantas cosas, un viaje una pasión, una amistad...y muchas cosas más.
    Me encantó, espero que no sea el último.

    ResponderEliminar
  4. No sé como empezar este comentario, he escrito y borrado varias veces,pq sí lo conseguiste me dejaste sin palabras, q mejor diciéndote q no sé x dnd empezar¿? ;).
    Gracias por ofrecernos su punto de vista como cierre a todos los cabos sueltos, nos sacas de todas las dudas y posibles preguntas sin respuesta q hubiese ocurrido desde la perspectiva de Isabella.
    Además d por las razones anteriores, es maravilloso ver un capítulo d él, donde estén ya juntos, sin la historia d él antes de conocerla y en el momento inicial de hacerlo y sin que estén separados.

    ResponderEliminar
  5. Habíamos leído q él le decía q ella era su mundo, pero joder Esther...se me encongía el corazón cada vez q pensaba en ella como su salvación y refugio, cómo un hombre q ha pasado x todo lo q ha pasado él, su miedo más profundo fuese ella en manos d su enemigo...como la guardaba en su corazón junto con sus padres para convertirse en Mi Luchador....
    Mi luchador, ese por el q si ya amaba la historia, caí Rendida a sus pies y le profeso mi más leal apoyo para q se convierta en lo q sé q se convertirá, y lo más importante para mi, para tenerlo guardado siempre siempre en una cajita de metal irrompible, duro y hermoso como él, a la vez q impenetrable, en mi corazón.... Ya sabías q Mi Luchador era mi favorito...ves q además de favorito lo importante q es¿?
    Sobre el capítulo: impecable, trepidante, asombroso, angustioso, romántico, sensual...
    La primera parte con Emmet.....dos golfos cuya testosterona está domada por dos mujeres....gracias por la información de soslayo de la relación entre él y Rose...se agradece.
    La llamada,con esos pies en la arena, perfecta en sus silencios, de dos almas q como muchas veces has dicho necesitaban la una de la otra...se conocen tanto.
    Se sube al barco y se transfora en ese ser q me encanta. Como el maravilloso ser q es, supo como tratar a esos niños perdidos.
    Trepidante la pelea con Félix, bastante descriptiva para q sintese q estaba viéndolo como en el cine. Perfecto. Escribías como a pesar d estar recibiendo golpes seguía pendiente de su enemigo último.
    La muerte de Félix...necesaria por cuestión de tranquilidad mental para mi Luchador.
    La de Aro absolutamente necesaria, el hijo pródigo como él lo llamaba, tenía q ser quien acabase con él. El Puto Amo supo mantener la calma durante esa conversación, con todos sus instintos alertas, y siendo el hombre q es con un control férrero no decayó cuando Aro le inquiría una y otra vez sobre Isabella.
    El debate moral del Luchador en si la muerte de Aro le daría más paz q no, y la posible decepción de ese magnífico hombre q lo sacó de ese horror o de la porpia Isabella, era fascinante en términos filosóficos. Podías ver todos los ángulos: el normal tendente de cualquier ser acorralado q es matar a tu enemigo para liberarte. Que este sea normal, no significa q sea el correcto, pq una parte importante de él, esa q su padre consiguió moldear y otorgar instrumentos para q no fuese un animal, no quería más sangre en sus manos, más culpa y dolor. Y la parte en las q pensaba q cómo una mujer con ella como su Isabella, tan perfecta para él, y tan perfecta en esencia pudiese estar con un hombre manchado de sangre como él....pobre iluso mi luchador....ella lo único q quería era q él no cargase más peso, q su mirada no se nubablase más con ese tono q le da el Luchador q siempre será.
    Pasando al rescate, me encnata su cadamadería con Kate, sólo una mujer con su carácter puede soportar semejante jefe ;).
    El reencuentro con ella...aqui empezaste a hincharme la venita romántica a parte de descojonarme con el cirujano y la grapadora. maravilloso XD.
    A lo largo d esta libro magnífico, hablabas mucho de las miradas entre uno y otro, y claro siempre de Isabella y cómo veía y descubría ella su humor según su color, las intenciones etc. Pero me ha fascinado ver como él habla constantemente de los ojos de ella, q su color y d las emociones q contienen, además q sólo tiene ojos según él;).
    Me encantó la conversación con su padre...lo llamó Papá... asegurándole por fin q estaba liberado d esas cadenas pesadas...
    Y lo de la moto con Emmet...jajajajja m partí.


    ResponderEliminar
  6. Regresemos a la intimidad de la pareja en su habitación d hotel. la necesidad d él de estar sólo para intentador comprender sus emociones como el hombre analítico q es. Entendí perfectamente q aunque liberador el saberte fuera de peligro y saberte no culpable de algo q tenía inscrustado en su alma como parte de su ser, el creerse un asesino, y q sepas q no lo eres. Como he dicho aunque liberador es desconcertante y requiere de tiempo para adaptarte.
    En el anterior EPV ya lo mencionaste pero me dio curiosidad eso q nota él q ella es una mujer silenciosa,como siempre veíamos el punto de vista de ella no notaba esas cosas, pero es cierto, es silenciosa.
    No sé si en estos casi 3 años te lo he dicho en alguna de nuestras miles de conversaciones pero necesita la perspectiva d él mientras tenían sexo, era algo q me producía extrema curiosidad....y si superaste mi curiosidad, según él fue su mejor orgasmo, según yo, la mejor de escena de sexo q has escrito, sin niguna duda.
    Tras eso no necesito explicar nada más sobre el sexo.
    La mañana siguiente, él esperando q ella despierte...las palabras susurradas con las caricias de una flor...mi vena romántica estalló...como hicieron mis ojos al descubrir la petición simple de Isabella, perfecto como ella.
    No voy hablar de la evolución de la historia, de los personajes y tuya como escritora, me lo quedo para el epílogo.
    T comí la cabeza lo suficiente¿? siento de verdad semejante rw, pero necesitaba decirte todo esto. perdona por los fallos ortográficos q seguro tendré al escribir tan rápido.
    Perfecto Esther....saludos desde tu sabes donde con un cariño q te tengo del q eres consciente.
    (Tuve q escribir en tres rw pq no me dejaba más de no se cuantas caracteres...sorry :$)

    ResponderEliminar
  7. la espera como siempre merece la pena eres fantastica muchas gracias por compartir tu imaginacion con nosotras

    ResponderEliminar
  8. Hola!!
    El comentario largo te lo hice en ff, sólo me queda por decir que es una historia fantástica, está súper bien narrada y transmite sentimientos por un tubo. Consigues transportarnos a la historia, vivirlo como si formásemos parte de ella. Enhorabuena, de verdad.
    Y Edward es como ese jarrón de la foto, con las cicatrices rellenas de oro. Ojalá no hubiese tenido que pasar por todo eso, pero desgraciadamente lo hizo y eso le ha convertido en el hombre que es ahora. Y esas cicatrices tienen muchos recuerdos malos, pero ahora también buenos. Cada vez que las mire podrá recordar que él fue quien terminó con su pesadilla.
    Estupendo capi guapa, me gustó muchísimo.
    Un besote

    ResponderEliminar
  9. Hola por aqui.


    Bueno que te puedo decir que no te haya dicho ya por FF, solo una cosa y es que ahora entiendo perfectamente,aunque antes también lo entendía, los motivos de de Edward para abandonar a Bella después de que fuera arrojada del coche. Aro la quería para obligar a Edward a hacer lo que el quisiera amenazándolo con matarla o lo que seria peor para él, siendo abandonada en manos de un viejo como lo fue la esposa de Felix. Edward la ama demasiado y hubiera hecho cualquier cosa con tan de que ella estuviera a salvo y eso lo hubiera convertido en un nuevo Felix, o en otro Felix. Pero el Puto Amo no esta hecho para ser marioneta de nadie pero tampoco hubiera dejado a Bella a su suerte, ¿que habría pasado pues?, es nadie lo sabe y es mejor no averiguarlo.
    Realmente sus motivos fueron justos y buenos y aunque la decisión que tomo de ir solo a enfrentar a Aro no fuera la mejor si era lo único que podía hacer, ya que no podía deja escapar a Aro de nuevo y esta claro que la policía poco ha hecho en estos años y no por su culpa, sino porque la hidra era muy escurridiza.
    Me ha gustado mucho leer el capitulo de nuevo desde aquí ya que lo has documentado de una manera asombrosa de modo que parece que lo estuviera viviendo en vez de solo leerlo.

    ResponderEliminar
  10. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  11. Como siempre la espera a valido totalmente la pena, espero que aunque me suene a final aun queden algunos capitulos mas para seguir disfrutando del Puto Amo, pero sin duda lo mejor es que al fin podran vivir tranquilos sin la sombra de Aro.

    Gracias por magnifica y grandiosa historia; hasta la proxima...

    ResponderEliminar